domingo, 15 de septiembre de 2013

Resultado parcial del experimento realizado el 13/09/13

Me encuentro realizando una investigación desde la Retórica cuya finalidad es analizar el discurso de lo que llamaremos «gente de izquierda», es decir, gente que está en contra de el «neoliberalismo», la economía de mercado, el consumismo y, por ende, en contra de las política actuales en México y el mundo, en contra del gobierno, de sus reformas, etc.

La hipótesis que recorre este trabajo es que utilizan estrategias retóricas basadas en la agresión, pero que, he aquí el problema, están dirigidas a ofender a todos aquellos que no opinan igual que ellos (la gente de izquierda).

Esta estrategia es legítima en retórica, especialmente en publicidad donde se utiliza mucho. Nombrar al otro con adjetivos indeseables genera en ellos, cuando se utiliza bien esta estrategia, el deseo de cambiar y así se adhieren a la idea de que el producto en cuestión les ayudará a cambiar. La publicidad de productos para bajar de peso o hacer ejercicio utiliza mucho este tipo de mensajes: «si no quieres seguir estando gordo, compra este producto».

Pero, cuando la estrategia se utiliza mal, ya sea por exageración o porque el modo de vida que promueve como «malo» no es, en el imaginario del público objetivo, en realidad «tan malo», entonces la estrategia falla y en lugar de lograr la aceptación por parte de un público mayor, logran el rechazo. Esto es lo que, según mi hipótesis, sucede con la izquierda mexicana. En un intento por llamar la atención de la gente, utiliza estrategias de agresión que terminan por descalificar al otro, invisibilizarlo e insultarlo; por lo que el resultado es que el auditorio termina por oponerse a sus propuestas.

Durante poco más de 6 meses me he dedicado a recopilar diversos textos e imágenes publicados en Facebook que utilizan esta estrategia retórica. La mayoría de ellas, insultando al presidente y a todos los que votaron por él. Sin embargo, en los últimos días, dados los acontecimientos con los profesores de la CNTE, Facebook me ha proveído de una gran cantidad de ejemplos y material de trabajo, más del que puedo procesar.

Ante esta situación, aproveché para hacer algunos experimentos sociales y tener así respuestas controladas que pudiera utilizar como material de análisis. En la presente entrada de blog voy a publicar algunos avances de los resultados que he ido obteniendo.

Especialmente me interesa partir de las reflexiones provocadas a partir del 13 de septiembre, día en que fueron desalojados los profesores del zócalo de la Ciudad de México. Este día en particular publiqué intencionalmente una frase ambigua cuyo sentido, a la luz de los hechos acontecidos ese día y de publicaciones anteriores, ciertamente podía interpretarse de cierta manera. La publicación decía «Ya era hora. Es lo que se debió hacer hace mucho». Como podemos observar, definitivamente la publicación por sí misma no autorizaba ninguna interpretación, podía referirse a cualquier cosa. A la luz de los hechos acaecidos ese día, por supuesto que podía interpretarse como refiriéndose a los hechos sucedidos en el centro histórico. Pero también podía referirse al hecho, real y empírico, de que ese día estaban cambiando un transformador de Luz en la Calz. Del Hueso, que ya había traído muchos problemas con las lluvias los días anteriores. O a cualquier otro hecho. 

Ante esta publicación se obtuvieron varias respuestas, no muy diversas, pero la mayoría de ellas con un nivel mayor o menor de agresión. Aunado a otras publicaciones, obtengo de este experimento algunas primeras impresiones:
  1. Todas las respuestas (con excepción de una) fueron emitidas según la interpretación de esta frase basada en el contexto; sin embargo, esto implica que ninguna de las personas que respondió se tomó la molestia de preguntar y/o verificar el sentido del enunciado. Desde las primeras respuestas se asumió que hablaba de los hechos del día. Por lo cual podemos afirmar con alto grado de certeza que todos los replicantes sustentaron sus respuestas en una suposición y nada más que en una suposición. Prácticamente nadie preguntó si efectivamente me estaba yo refiriendo a lo que asumieron me refería y respondieron con base en esa asunción. Es realmente triste ver que tuvieron que pasar casi 24 hrs. y muchas respuestas agresivas para que alguien se tuviera la cortesía de preguntar: «¿a qué te refieres? ¿Que se tenía que hacer?» (por cierto, hubo otra respuesta que también inicio postulando «asumiendo que Luis se refiere a esto...», pero fue una respuesta en un mensaje privado.  Esto es sumamente peligroso, porque apoya una de las hipótesis iniciales de mi investigación: que la gente actúa sobre suposiciones y no sobre hechos. En otra publicación en el blog, precisamente intenté burlarme de esto, porque lo he vivenciado en varias ocasiones: la gente se opone a cosas que desconoce y, por ende, se opone a cosas que no son reales; afirman de las reformas, propuestas de reglamentos, posiciones políticas y demás cosas que estas mismas no proponen. En una ocasión en la UACM, los estudiantes se oponían a una propuesta de reglamento de conducta y afirmaban que el reglamento les obligaba o les prohibía tales y cuales cosas. La clase siguiente llegué con la propuesta impresa y revisamos uno por uno los artículos. El resultado fue evidente: nada de lo que afirmaban que el reglamento decía, lo decía efectivamente. Si esta es la clase de pensamiento crítico que estamos formando los profesores, entonces tenemos que revisar nuestros supuestos.
  2. Una vez sobre la base de esa suposición, en ningún momento se me invitó al diálogo, ni en esta entrada ni en ninguna otra. Salvo la última respuesta, que se dio casi dos días después de mi publicación, ninguna de las respuestas obtenidas, a pesar de venir de gente con estudios y con alto nivel intelectual, propuso debatir lo afirmado y/o lo sucedido. Las respuestas fueron para objetar lo dicho (o, más bien, lo supuestamente dicho). No hubo algo como «deberíamos reflexionar lo que dices» o alguna invitación más sutil como «¿por qué opinas eso?». Las respuestas fueron, en el mejor de los casos, de extrañeza y en la mayoría de agresión.
  3. Aunado a lo anterior, a excepción de una sola respuesta, en ningún momento se presentó un argumento. Manifestaciones de extrañeza, de sorna, de sorpresa, de vituperio, pero no argumentos. Una sola de las respuestas presentó lo que en la teoría de Toulmin se llaman «evidencias» para sostener su desacuerdo conmigo y fue la única que evitó la agresión contra mi persona tratando de entablar un diálogo. Las demás respuestas hicieron uso de otras estrategias retóricas. Por ejemplo, la primera respuesta fue directamente a la confrontación «está mal, maestro» y a la apelación a los sentimientos, especialmente a la desilusión «me siento apenado por esa forma de pensar». Como vemos, son formas de descalificación del otro. La primera de ellas evita, de entrada el diálogo, porque la otra persona está equivocada, por lo tanto, no hay posibilidad de diálogo. Cuando creemos, con Descartes, que si dos personas que tienen opiniones distintas entones una de ellas necesariamente está equivocada, no hay apertura al diálogo, porque la persona que asegura tener la razón no tiene que dialogar con la otra, sino instruirla, señalarle el camino, corregirla, o, de plano, hacerla a un lado. Sucede lo mismo con otra manifestación, al manifestar que «me siento apenado» estamos reduciendo la capacidad racional del interlocutor, porque «si usted fuera una persona racional, no pensaría así y dado que piensa así, no es una persona racional y como yo soy racional no puedo entablar un diálogo con quien no es racional». Sucede lo mismo con otras expresiones que no son argumentos, por ejemplo: «(…) a pensarle más por fa». Con manifestaciones como esta se está inmediatamente desconociendo la capacidad racional del otro o, por lo menos, de la expresión discursiva del otro. «Lo que dices no tiene fundamento racional, no fue lo suficientemente pensado»; es decir «yo, que sí pienso, tengo razón en opinar lo que opino; pero tú, que opinas diferente, no estás pensando». No hay argumento aquí, sino descalificación. Y así, podemos seguir.
  4. Muchas de las personas que respondieron se han manifestado, dentro y fuera del Facebook, como defensoras de la diversidad cultural, i. e., de la diversidad de opinión; se manifiestan como defensores de la libertad de expresión y de libre pensamiento; defensores del «sé tú mismo». Pero, sus respuestas fueron de censura ante una opinión. La utilización de fórmulas de decepción, extrañeza y desilusión son de este tipo. Estructuralmente tienen la forma de «yo tengo una opinión y es la opinión de la gente inteligente, sabida, enterada; dado que opinas diferente, entonces no eres inteligente y yo pensé que lo eras, por lo tanto, tengo sentimientos de desilusión porque no eres tan inteligente como yo pensé». Este tipo de manifestaciones también descalifican al otro, porque le están privando de inteligencia, como si una opinión divergente a la nuestra no pudiera estar basada en la inteligencia. Esto conlleva a otro problema muy grave:
  5. Las expresiones de este tipo se manifiestan aún en términos de «verdad» en sentido fuerte, es decir, como si ellos poseyeran una verdad que los demás no tienen. Esto, sobre todo, cuando aparecen, como se señalará en el inciso siguiente, adjetivos como «desinformado», pero en general en todas las respuestas opera la misma lógica: las personas inteligentes no opinan así, dado que opinas así, entonces no eres inteligente. Esto implica, sin embargo, una premisa oculta: lo que yo opino es lo que la gente inteligente opina, es decir, yo soy poseedor de la verdad y el que opina diferente necesariamente se equivoca. Otra vez, Descartes a la orden del día. Recordemos que el principio fundamental del diálogo es aceptar la posibilidad de estar equivocados y que la certeza en nuestras opiniones es el principio de todo dogmatismo. No se trata de ser relativistas y creer que todos tienen la verdad, simplemente es una necesaria virtud epistémica el saber que nuestras opiniones podrían no ser completamente ciertas y, por ende, ponerlas a prueba argumentativamente. Sólo una de las repuestas se manifestó así, las demás, no.
  6. Dentro de las respuestas cabe notar que se manifestaron con extrañeza, con desilusión, en los mejores casos. Después, subiendo en la escala de agresión, se dijo que «estaba mal» y se llegó incluso al grado de hablar, en algunas respuestas indirectas, de «desinformado», «pendejo», «ingenuo», «irracional», «enajenado», etc., hasta que llegó la ofensa directa con quien simplemente publicó «Menzón», jugando con mi apellido. Todas estas, debería quedar claro ya, son formas retóricas de agresión en diversos niveles que descalifican al interlocutor negándole capacidades mínimas de razonamiento. Normalmente aparecen en las discusiones después de un largo proceso en el cual los argumentos racionales no parecen surtir efecto. También aparecen en los chantajes aplicados por figuras de autoridad, por ejemplo, padres y maestros para con sus hijos y estudiantes: que decepción, esperaba más de ti. Esto indica, entonces, que muchas de las expresiones vertidas efectivamente podrían considerarse como una toma de postura de superioridad de quien las publica sobre un servidor: «yo, que tengo la verdad, estoy por encima de ti que piensas erróneamente y tengo el derecho cartesiano a corregirte».
  7. Específicamente resalta el hecho de que la estructura discursiva del tipo «me decepcionas» está orientada a cuestionar la racionalidad del postulante, aunque en segundo lugar se cuestiona su calidad moral; es decir, se utilizan estructuras del tipo «tú que eres tan inteligente, ¿cómo puedes opinar esto?». Aquí hay un ataque a la racionalidad del sujeto pues estas fórmulas se pueden traducir en «tú, siendo inteligente y racional, defiendes algo no inteligente e irracional».
  8. Ampliando el análisis a otras publicaciones, la categoría que más se presenta, en diversas formas, es la de desinformación. Aparece en ocasiones formulada explícitamente, en otras aparece indirectamente y en algunas más disimuladamente, pero es la categoría más recurrente. En ocasiones se expresan tal cual «estás desinformado» o «hay que informarse», en ocasiones de manera más disimulada como en «(…) a pensarle más por fa» o, mucho más disimulada, cuando alguien publica un video o un texto como respuesta, en una estructura discursiva que podría postularse como «mira, lee esto para que estés informado». Es el descalificativo más utilizado en esta retórica agresiva de la izquierda: quien opina diferente inminentemente está desinformado; quien opina similar, está bien informado. Esta estructura está asumiendo aquí que el postulante no ha revisado esta información, no conoce estos videos y puntos de vista y, por lo tanto, que basa sus juicios en información mermada o sesgada. Pero, al igual que se señaló en el inciso 1, esto es una mera suposición, no un hecho. También, como se señaló ya en el inciso 5, opera la lógica de la verdad fuerte: tú estás mal informado, esto es, no posees la verdad sobre las cosas; en cambio nosotros (o yo en particular) sí poseo la verdad sobre las cosas y, por ende, mi opinión es informada y, por lo tanto, correcta. Sin querer ser relativista, no podemos seguir creyendo que en situaciones como esta existen verdades fuertes, posiciones neutrales inalteradas por las preferencias, la historia, la filiación política, etc. En asuntos como el de los maestros de la CNTE hay más opiniones que hechos, aplica aquí el «no hay hechos, sólo interpretaciones». Sin este principio de humildad intelectual, caemos en el riesgo del dogmatismo y, por ende, no hay apertura al diálogo; pues el diálogo se basa fundamentalmente en la posibilidad (quizá remota o inexistente) de estar equivocado.
  9. Hay un uso del argumento de autoridad en forma falaz (hay usos no falaces del argumento de autoridad); pero sesgado por lo dicho en el inciso 8. Todos tienen derecho a publicar o compartir videos en FB, porque les gusta o porque están de acuerdo, el problema es cuando se usa en respuesta o como forma de «hacer entrar en razón» al otro. Es un uso falaz porque no se está argumentando sino oponiendo una opinión con otra opinión, siguiendo la lógica ya señalada de la desinformación, es decir, estructuralmente es un argumento del tipo «las fuentes que sigues están equivocadas, he aquí las fuentes verídicas» pero no hay respaldo (en términos de Toulmin) que soporte la opinión puesta como contra argumentación salvo la supuesta autoridad intelectual o moral de quien lo afirma. Así, por ejemplo, la publicación de un video proveniente de algún «medio alternativo» se expone como «la verdad sobre lo que pasó» y la opinión de algún investigador se publica como «la reflexión seria o profunda»; mientras que a los videos de medios oficiales se les considera manipulados y a las opiniones no aceptadas como «simplistas», «superficiales», «manipuladas». 
  10. La apelación a los «hechos», tales como videos y otras fuentes, es también muy recurrente, como fuentes «objetivas» que dan cuenta de lo que dicen. Ya Maturana nos ha hablado de esto, de cómo la objetividad es en realidad un «argumento para convencer», es decir, una estrategia retórica para lograr la adhesión de otros a nuestra opinión. Lo peligroso aquí es que ambas partes postulan sus videos como hechos y no como versiones de los hechos. Ambos manipulan la información en sentidos diversos pero ambos se postulan, especialmente la izquierda, como la versión «verdadera», «real» y «objetiva» de lo acontecido. Hace muchos años, durante los inicios del movimiento zapatista en Chiapas, durante una presentación del Canal 6 de Julio, ante una pregunta expresa de mi parte, los miembros de este medio aceptaron contundentemente que ellos también manipulaban la información en sentido contrario a los medios oficiales. Es indispensable entender que todas las versiones de los hechos son eso, versiones. El problema es que nadie busca mediar esas versiones, evaluarlas y tratar de llegar a una versión más moderada; nos «casamos» con una versión y la producimos y reproducimos (publicamos y compartimos) como si fuera la verdad. Esto, nuevamente, impide el diálogo racional porque nos negamos a renunciar a nuestra versión y creemos que tenemos la verdad; por lo cual descalifica al otro pues considera su versión como falsa. No habría tal descalificación si se considerara que algo hay de verdadero en la otra versión de los hechos que podría mediar mi propia versión; pero eso implica darle crédito al otro y confiar en su capacidad racional.
 De lo anterior obtengo como conclusión provisional que efectivamente tenemos elementos para considerar que la hipótesis inicial tiene fundamento y validez: la «gente de izquierda» o «revolucionarios» o como queramos llamarle (faltaría establecer bien el nombre de la categoría) no está abierta al diálogo; en realidad, se cierran al diálogo invisibilizando a su interlocutor, descalificándolo con sus estrategias de agresión, a través de denominaciones excluyentes como «desinformado», «ingenuo», «manipulado», «equivocado» o fórmulas más complejas como «que se vaya a ver su televisión, con sus telenovelas y futbol» o «te ves bien inteligente defendiendo a EPN». Estas fórmulas, entre otras, tienen la finalidad de negarle al interlocutor la capacidad racional de entrar en un diálogo entre pares. Habermas ha trabajado mucho este tema, pero normalmente se aplica a instancias oficiales de comunicación. Es decir, la mayoría de las veces somos muy conscientes de que este proceso se da en los canales oficiales, en los medios de comunicación privados, entre la gente afín al gobierno, etc. El problema radica en no darnos cuenta que desde la izquierda también generamos estos procesos de descalificación, segregación y discriminación. Opera, primero, la lógica de «yo tengo la verdad y tú sólo dices mentiras», que se manifiesta también como una lógica de «si no opinas como yo, estás equivocado», basados aún en una racionalidad moderna sumamente peligrosa, como la ya señalada con Descartes. No hay, en realidad, apertura a la diversidad de opiniones a pesar de que muchos de ellos se postulan como postmodernos, retóricos, constructivistas y demás. Es decir, que proponen una cosa y hacen otra.

Queda lamentablemente claro que hay un problema aquí: la estructura discursiva de la izquierda no permite el diálogo, porque descalifica a todo aquél que opina diferente y lo coloca en categorías de baja racionalidad como son la desinformación, la irracionalidad, incluso hasta la pendejez.

La lógica del «si no estás conmigo estás desinformado» opera a un nivel muy peligroso: si tú basas tus opiniones en una información que coincide con lo que yo opino, entonces estás bien informado y estás viendo al medio que dice la verdad (como correspondencia); pero si tú basas tus opiniones en información que no coincide con mi opinión, entonces estás mal informado y estás viendo un medio que dice mentiras, por lo tanto tus opiniones son erróneas. Opera aquí también todavía una epistemología moderna que podemos llamar, con Rorty, de tipo representacionista, una visión del conocimiento como reflejo de la realidad a la cual las «personas de izquierda» tienen acceso privilegiado mientras que las demás, no. Empiezan los peligrosos mesianismos: yo tengo la verdad, tú estás manipulado. Por cierto, muchos «pensadores de izquierda» han denunciado esta lógica como fundamental de la modernidad o del capitalismo, pero no se dan cuenta que operan también ellos bajo la misma lógica.

Peor aún es darse cuenta de que esta acusación de desinformación proviene, en ocasiones, de una desinformación más grande, porque (de acuerdo a algunos experimentos que he realizado en clase en más de una ocasión) muchas veces la gente se opone a reformas que no conoce u opina sobre temas que no son de su competencia. Así, por ejemplo, como señalaba una colega mía en FB, cualquiera cree que puede interpretar las leyes sin haber estudiado derecho, sólo con leer un artículo, sin considerar el contexto legal y otros principios básicos. Igual con la economía, al parecer todos somos expertos, pero desconocemos elementos mínimos de economía general. Esto es sumamente peligroso porque en la mayoría de las ocasiones, esos a quienes llamamos «desinformados» tienen más conocimientos sobre el tema que cualquiera de los otros. La categoría de la «desinformación», entonces, no es un argumento, sino un recurso falaz para descalificar al otro y así no tener que entablar diálogo con él, porque no puedo hablar contigo si no estás informado.

Si seguimos sin reconocer la capacidad racional del otro y reconocer que también quien disiente de nuestras opiniones lo puede hacer racionalmente, no podremos llegar jamás al diálogo verdadero. Esto se sabía en la retórica clásica y en la contemporánea, así como en teorías como la de Habermas, Appel y Dussel.

Las «personas de izquierda» deben empezar a reconocer que también «los otros» (quienes, por cierto, no necesariamente son de derecha, pues pueden ser de «otra izquierda») son seres racionales e informados. Esta es la única vía para iniciar el diálogo. Si mi interlocutor está desinformado, entonces no tengo por qué dialogar con él ni, mucho menos, argumentar y tratar de convencerlo; porque él está en un error y, entonces, mi misión es corregirlo, instruirlo, hacerle ver que está equivocado… Porque yo no me equivoco.

El experimento arrojó resultados lamentables.