Al principio, como muchos otros, pensé que lo que hacían los profesores, cerrando calles, haciendo marchas, dejando a los estudiantes sin clases, eran acciones despreciables e injustificadas.
Sin embargo, esta mañana desperté con un gran cargo de conciencia. Me dije a mí mismo «oye, no es posible que formules opiniones sin estar bien enterado de lo que sucede. Porque es evidente que todos los que han opinado están bien informados y han justificado sus opiniones no en supuestos y decires, sino en datos verificables y concretos. Porque me parece evidente que todos los que se han manifestado a favor y en contra de la reforma educativa, así como de la Ley General del Servicio Profesional Docente, son personas que la han estudiado con calma, a profundidad. Personas que han revisado palabra por palabra la propuesta y que, gracias a este estudio concienzudo y sistemático, han emitido las opiniones que emiten. Seguramente —seguí diciéndome—, todos y cada uno de los profesores que se manifiestan en las calles, carga consigo una copia de la propuesta y en sus ratos libres lee y relee los artículos que la componen, para prepararse así a un debate público; pues sería vergonzoso que les preguntaran contra qué luchan y no supieran decirlo o que dijeran mentiras basadas en la desinformación.
¡Qué vergüenza, me dije, que a estas alturas tú no hayas revisado sistemáticamente la propuesta. Deberías leer la Ley General del Servicio Profesional Docente para tratar de comprender la situación».
Fue así que me di a la tarea de leer dicha ley, ya aprobada, para tratar de comprender más la inconformidad de mis colegas de profesión docente, así como las sensatas, amables, gentiles y razonadas publicaciones que amigos, conocidos y desconocidos han hecho circular por las redes sociales.
Fue así que llegué a la intelección racional y emocional del problema. He aquí mis conclusiones: